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viernes, 15 de abril de 2016

El pollo asado de fin de semana perfecto con puré patatas, cebolla y ajo




Escribo esta receta con un pijama donde pone claramente "Howartz, colegio de magia y hechicería", escuchando música rock al volumen más alto que mis cascos puedan soportar y comiendo chocolate con galletas.  Me gustaría decir que soy una mujer madura que tiene una gran receta de pollo asado de fin de semana sin embargo apenas me siento una chica que se acaba de emancipar y está obsesionada con cierta receta de pollo asado con puré de patatas. 

Puede que la receta me supere de largo en madurez, puede que sea más sensata de lo que yo nunca llegaré a ser pero jamás se le debería olvidar que si aparece en nuestra mesa un fin de semana sí y el otro también es porque un alma infantil, errática y caprichosa quiere que lo haga. El pollo asado es una de las recetas que hay que tener y dominar en el recetario a no ser que te lo prohíba la religión o la dieta en cuyo caso lo siento de veras. El pollo asado se hace cantando y bailando porque es sábado y cocinamos para los queremos. Francamente no debería haber nadie al que un  pollo asado en la mesa no pueda conmover,  es el plato perfecto, capaz de unir a las mentes más dispares en un mismo sentimiento y estoy casi segura de que si no te gusta el pollo asado y no eres vegetariano es que no mereces comer. Lo siento otra vez.

Hay muchas maneras de hacer pollo asado la peor de todas es la que dice que enciendas el horno y lo calcines en el, dejes las pechugas como alpargatas y obtengas una salsa de cuyo nombre no te querrás acordar. La mejor te dirá que utilices un chisme que da vueltas al pollo mientras lo asas y que seamos francos, no tienes. A mi me gusta esta por muchas razones. La primera es que es sencilla y no hay que manchar muchas trastos, solo una cazuela. La segunda es que el pollo no se seca a no ser que hagas las cosas mal. Y la tercera y la más importante es que viene con el mejor puré de patatas que puedas imaginar incluido en el precio. De hecho el puré es la razón principal de que lo haga tan a menudo y todavía no he conocido a nadie que no esté de acuerdo de que se trata de una obra maestra. El secreto es sencillo, las patatas se colocan justo debajo del pollo para que recojan los jugos que suelta y se asan junto a abundantes ajos y cebollas que se caramelizan y le dan un extra de sabor que resulta imposible rechazar. Si  a todo esto le añadimos al final la mantequilla, que sospecho que  es el secreto de toda buena cocina, obtenemos una masa hecha de amor y tiempo prácticamente perfecta.

Esta receta es una versión del pollo asado de Berasategui. Me he tomado la licencia de cambiar algunas cosas y de añadir especias porque pienso que no hay nada que no puedan mejorar y especialmente el pollo que es un poco sosainas.  Espero que probéis y os guste tanto como a mi. Merece la pena.  




lunes, 4 de abril de 2016

Merluza en salsa verde con almejas y algo sobre una tal Plácida



En esto que estaba Doña Placida de Larrea en su cocina de la casa-torre de la Ribera en Bilbao, alla por el año 1723, y como tenía una merluza, abundantes perejiles, espárragos que le habían enviado de Tudela, unas chirlas y una docena de gordos cangrejos pescados en aguas de Ibaizabal decidió guisarlo todo a ver que salía y lo mismo le podía haber salido un churro como nos pasa tantas otras veces, pero le salió la famosa merluza en salsa verde. Naturalmente Doña Placida quedo encantadísima con su descubrimiento y nada de este suceso fortuito habría llegado hasta nosotros ni hubiéramos sabido la verdadera artífice de uno de los platos más intencionales de la cocina vasca sino fuera porque poco después Doña Placida de Larrea se sentó a escribir con regocijo a su amiga y homónima Doña Placida de Larrinaga, y de Eguidazu, Navarra del valle Baztán, lo que hizo aquella mañana de mayo con la merluza de la comida. 

La merluza en salsa verde es uno de los platos clásicos que dan orden y sentido al universo. Saber que al llegar a casa tendrás una merluza chapoteando en un mar salado y espeso de color verde es suficiente para perdonar al día todo lo que te ha hecho. Dicen que es un plato de fiesta pero en mi casa es el plato que se hace cuando ninguna otra cosa tendría sentido. Cuando el estómago necesita un poco del vaivén relajado de las olas, cuando el estrés de las cosas cotidianas necesita sentarse a reflexionar un rato. 

La merluza en salsa verde es un guiso antiguo y a la vez moderno que más que cambiar se ha ido puliendo con en el tiempo. Su versión más conocida, la merluza a la Koxkera o a la Donostiarra, lleva huevos duros y espárragos, también hay quien añade guisantes frescos para aportar aún más verde al plato y los días especiales la salsa verde se engorda aún más con unas kokotxas mantequillosas. Las que nunca deberían faltar son las almejas que son, mucho me temo, las verdaderas causantes del revuelo que causa esta preciosa salsa. 

Debo admitir que solamente me gustan las almejas en sentido poético, me gusta el sabor que aportan a infinidad de platos, y no concibo una salsa verde sin el sabor salvaje que le dan las almejas pero de ahí a que me coma una hay un mundo muy complicado. Quizá es algo irracional, yo creo que el gusto siempre lo es, al final uno aprende a comer de todo, pero en mi caso es un ejercicio de disciplina que dura todo el rato. Aprendí a comer pimientos verdes, me obligué a comerlos aunque me supieran a amoniaco, lo juro por dios. Siguen sin ser mi comida favorita pero estoy orgullosa de poder sentarme hoy en día en una mesa en la que alguien me ofrece unos pimientos verdes fritos y no tener que montar una escena. Algún día también comeré almejas, mejillones y ostras, seguro, pero hoy no es ese día. 

Espero que probéis esta receta y sintáis como yo la necesidad de volver a ella cada vez que el cuerpo así lo pida. No omitáis las almejas, son el quid de la cuestión, de verdad.