"El americano que descubrió a Colón hizo un pésimo descubrimiento"
G. C. Lichtenberg, Aforismos
"Al principio comí una caja de 20 nuggets de pollo para comer y después otra para cenar. Al siguiente día comí dos cajas para desayunar, una en el almuerzo y depués otras dos a la noche. Incluso compré unas patatas fritas y una tarta de manzana para acompañarlo". Si te preguntará de quien crees que es esta dieta tan saludable seguramente optarías por alguien más parecido a Homer Simpson que a un atleta olímpico y sin embargo las palabras pertenecen al hombre más rápido del mundo, un jamaicano que mientras se atracaba a comida basura ganó no una, sino tres medallas de oro en los juegos olímpicos de Pekín con la más asombrosa facilidad. 100 nuggets de pollo al día se comió el hombre durante los diez días que duraron los juegos, unos 1000 en total con sus patatas salsa y tartas. Parece un chiste o un anuncio de McDonalds pero no me lo inventó el mismo Bolt relata sus pantagruélicas incursiones en el McDonalds en su autobiografía "Faster Than Lighting". El velocista cuenta que de todas los sacrificios que conlleva ser un deportista de élite el más duro, para el, es negarse el placer de comer comida basura mientras juega a los videojuegos hasta la madrugada. Me puedo imaginar su agonía, al igual que el resto de sus compatriotas porque es en su país, Jamaica, donde se encuentra el Kentucky Fried Chicken que más pollo frito per capita vende en el mundo.
Pero no es todo pollo frito en jamaica, otro pollo comparte protagonismo e inunda con su aroma las calles de isla; es el jerk. Un pollo marinado con especias, lima y chiles delicioso y picante como el infierno. El pollo jerk se suele acompañar con un mal llamado arroz con guisantes, que sí que es arroz ,y uno muy bueno, debido a la cremosidad que le da la leche de coco donde se cuece, pero guisantes no lleva, lleva alubias, que estaréis de acuerdo que no son lo mismo. Yo no he estado en Jamaica pero el otro día, se me ocurrió que ya era hora. Ya era hora de meter algo de la magia del caribe en una cazuela y escaparme aunque fuese solamente sentada en la mesa a tierras desconocidas. Fue una idea maravillosa, el caribe parece que siempre lo es. O acaso hay algún europeo con el sentido de la aventura en las venas que no haya soñado alguna vez con ser un pirata pata de palo en busca de un tesoro escondido. No lo creo. Como yo lo veo si el país de Nunca Jamás existiera estaría en el caribe.
"A su regreso del primer viaje a América, por él recién descubierta, Colón ha ido mostrando, en sus triunfales desfiles por las calles de Sevilla y Barcelona, un sinnúmero de extrañas curiosidades: hombres de piel cobriza pertenecientes a una raza hasta entonces desconocida, animales nunca vistos, multicolores y chillones papagayos, torpes tapires, plantas y frutos exóticos, que pronto se aclimataron en Europa, como el maíz, el tabaco y el coco. Todo lo admira asombrada la alegre y vocinglera muchedumbre, pero lo que más atrae la atención de los Reyes y sus consejeros son algunas arquillas y cestos con oro. No es mucho el que trae Colón de la nueva «India»: unos cuantos objetos insignificantes cambiados a los indígenas, algunos puñados de pepitas y agujas, polvo de oro, en fin, más que oro, alcanzando todo el botín para acuñar a lo sumo algunos cientos de ducados. Pero Colón, que siempre cree lo que quiere creer y mantiene el orgullo de su gloriosa expedición a las Indias, asegura, convencido, que todo aquello no es más que una pequeña muestra de los tesoros que encierra aquél país. Tiene noticias, dignas de todo crédito, de la existencia de inmensas minas de oro en las nuevas islas y de que el rico y preciado metal se encuentra en algunos lugares bajo tan ligera capa de tierra, que basta escarbar en ella con una simple piedra para descubrirlo. Cuenta que más al Sur hay imperios donde los reyes beben en áureos vasos, pues el oro tiene allí menos valor que el plomo en España. El monarca, siempre escaso de dinero, escucha absorto las ponderaciones que se le hacen de ese nuevo Ofir, que ya es suyo. No conoce a Colón lo bastante para desconfiar de sus promesas, y en seguida arma una gran flota para una segunda expedición. Esta vez no se necesitan agentes para conseguir la tripulación. La simple noticia del Ofir recién descubierto, donde el oro está al alcance de la mano, trastorna a toda España, y a cientos, a millares, acuden los hombres dispuestos a partir hacia «El Dorado», el país del oro. Pero es turbio el impulso que mueve a las gentes de villas, pueblos y aldeas. No acuden a alistarse a Palos y Cádiz sólo rancios apellidos, ansiosos de dorar su escudo, u osados aventureros y valientes soldados, sino que allí se congrega también la truhanería y la escoria de España: ladrones y maleantes que buscan nuevo campo para sus andanzas en el país del oro; individuos que huyen de sus acreedores; maridos que abandonan a sus insoportables esposas. Todos los desesperados, los fracasados y los perseguidos por la justicia pretenden un puesto en la flota, decididos a enriquecerse al instante. Unos a otros se contagian y creen las fantasías de Colón, según las cuales con sólo escarbar la tierra con una piedra encontrarán el áureo metal. Los emigrantes privilegiados se llevan consigo servidumbre y mulos para transportar rápidamente el rico botín con que sueñan. Y los aventureros que no consiguen ser admitidos en la expedición, buscan otro camino: sin preocuparse de lograr el permiso real, fletan barcos por su cuenta, para ir a acaparar oro y más oro allende el mar. España, pues, se ve libre de pronto de toda la gente de vida poco limpia y de los más peligrosos rufianes. El gobernador de La Española (más tarde dividida en Santo Domingo y Haití) ve con espanto como irrumpen en la isla a él confiada tales indeseables. Año tras año, las naos traen nuevos cargamentos de individuos cada vez más peligrosos. Pero la decepción alcanza también a los recién llegados, ya que el ambicionado metal no se encuentra allí en medio de la calle ni mucho menos, y tampoco se puede arrebatar ni una pepita más a los infortunados indígenas. Ante el espanto del gobernador y de los pobres indios, aquellas hordas recorren el país en rufianesco haraganeo. En vano intenta el gobernador convertirlos en colonos mediante la concesión de tierras y abundante ganado e incluso de brazos humanos, entregando a cada uno hasta dieciséis o diecisiete nativos en concepto de esclavos. Pero ni los hidalgos de alcurnia ni los maleantes de otrora tienen el menor deseo de dedicarse a la agricultura; no han ido a aquellas tierras para cultivar trigo y guardar ganado, y en lugar de afanarse en siembras y cosechas prefieren desahogar su desilusión castigando a los pobres indios, cuya extinción se presiente próxima. En poco tiempo, la mayor parte de los emigrantes están tan entrampados, que después de haber vendido todos sus bienes han de desprenderse incluso de las prendas de vestir, empeñados hasta el cuello con usureros y comerciantes. Venturosa noticia fue para todas aquellas vidas fracasadas de La Española la de que un notable de la isla, el jurisconsulto y «bachiller» Martín Fernández de Enciso, se disponía en 1510 a aprestar un barco para acudir con nueva tripulación en ayuda de su colonia establecida allá en el continente. Dos célebres aventureros, Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, habían obtenido del rey Fernando el privilegio de fundar, cerca del istmo de Panamá y en la costa de Venezuela, una colonia a la que algo prematuramente denominaron Castilla del Oro. Subyugado por el encanto de este nombre y dejándose llevar de engañosas habladurías, el célebre hombre de leyes había invertido toda su fortuna en la empresa; pero de la colonia fundada en San Sebastián, en el golfo de Urabá, no llega oro, sino angustiosas peticiones de auxilio: la mitad de sus hombres han desaparecido luchando con los indígenas y la otra mitad han sido víctimas del hambre. Para salvar el dinero invertido, Enciso arriesga el resto de su fortuna y organiza una expedición de socorro.
Apenas se difunde la noticia, todos los desesperados y vagabundos de La Española quieren aprovechar la ocasión y marchar con él. Pero si su afán es huir de los acreedores y de la severa vigilancia del gobernador, también los acreedores están sobre aviso, se dan cuenta de que para siempre se van a esfumar los más importantes deudores y presionan al gobernador para que no permita marchar a nadie sin un permiso especial suyo. A lo cual accede la autoridad. Se monta, pues, una estrecha vigilancia y se dispone que el barco de Enciso quede anclado fuera del puerto. Tropas del gobierno patrullan en botes para evitar que suba a bordo ningún polizón. Y con enorme amargura, aquellos desesperados que temen menos a la muerte que al trabajo honrado o a la prisión por deudas, ven como el barco leva anclas, se hace a la vela y marcha hacia la aventura sin llevarlos a ellos."
Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad
Los indígenas debieron flipar cuando los españoles, en su ernome ingenuidad, les preguntaban que a ver por dónde caía aquella ciudad hecha de oro llamada el dorado pero más bocas tuvo que abrir la leyenda de aquella otra ciudad menos conocida hoy en día, la tierra de Jauja que Lope de Rueda (1510-1565), en su comedia la tierra es jauja, describia así: <<En la tierra de Xauja hay un río de miel y junto a él otro de leche, y entre río y río hay unas fuentes de mantequillas, encadenadas de requesones y caen en aquel río de la miel que no parece sino que están diciendo cómeme, cómeme>>. Un explorador llamado Francisco de Orellana andaba buscándolo cuando durante la exploración de un gran río, hacía 1541, fue atacado por un grupo de mujeres semidesnudas. Solo puedo imaginar lo que les tuvo que decir a aquellas mujeres para salir del atolladero, el caso es, que por supuesto no llegó a encontrarlo pero que, al menos, puso nombre a aquel gran rió; lo llamo amazonas, recordando el mito griego de las amazonas.
El Dorado era un champú y tampoco los piratas se dedicaron nunca a esconder tesoros y mucho menos a hacer mapas para encontrarlos. La historia de los piratas empezó con los disidentes que habían zarpado en barcos desde Inglaterra, Francia y Holanda. Algunos se asentaron en la parte desabitada de la isla de la española y se dedicaron a cazar el ganado que los españoles habían soltado en la isla y se había reproducido de manera salvaje. Aprendieron de los indígenas una técnica para asar y ahumar la carne en una especie de barbacoa llamada "bucan" o "boucan" que parece ser origen Arawak o Karib. Vendían el producto a los barcos que navegaban por aquellos mares y terminaron siendo conocidos como bucaneros. Cuando a las autoridades españolas les empezó a molestar la presencia de los ingleses y franceses en la isla decidieron exterminar a los animales en que se basaba el comercio de los bucaneros. Los cazadores que hasta entonces se habían dedicado a cazar vacas y cerdos pasaron entonces a cazar también personas y se convirtieron en piratas sumándose a los filibusteros y los corsarios
Si los conquistadores, el exterminio de su cultura y los piratas no fueran suficiente Jamaica, aún tuvo que sufrir una tercera plaga, el dominio británico, la espantosa esclavitud del comercio del azúcar.
Resulta paradójico que un país con tan mala pata tenga como lema el famoso "Jamaica no problem". Y es que ¿de dónde viene es buen rollismo jamaicano?, ¿ese ritmo chillout que les corre por el cuerpo?. ¿Ese estoicismo y esa capacidad de sacar el sentido musical hasta de las piedras?.
Puede que sea la hierba, el ron, el salitre o la música. Yo creo que es la comida lo que les hace estar tan apegados a la tierra y a la vida, desde mi punto de vista la comida jamaicana es suficiente razón para justificar que los jamaicanos hayan inventado ese baile imposible y sobrenatural de la pelvis llamado dancehall.
Resulta paradójico que un país con tan mala pata tenga como lema el famoso "Jamaica no problem". Y es que ¿de dónde viene es buen rollismo jamaicano?, ¿ese ritmo chillout que les corre por el cuerpo?. ¿Ese estoicismo y esa capacidad de sacar el sentido musical hasta de las piedras?.
Puede que sea la hierba, el ron, el salitre o la música. Yo creo que es la comida lo que les hace estar tan apegados a la tierra y a la vida, desde mi punto de vista la comida jamaicana es suficiente razón para justificar que los jamaicanos hayan inventado ese baile imposible y sobrenatural de la pelvis llamado dancehall.
Este plato que comparto hoy no es para cobardes, es para el aventurero que todos llevamos dentro. El que no tiene miedo a lo desconocido, el que siempre está dispuesto a alimentar su infinita curiosidad humana. El pollo jerk es una apuesta segura para aquellos que disfrutan cocinando por fuera de la línea. Es un pollo arómatico y la mezcla de especias recuerda a sabores de la India mezclados con el frescor de la cultura caribeña. Es picante pero solo hasta donde uno esté dispuesto a llegar. El arroz por otro lado no es de este mundo. Es lo que pasa cuando la lujuria de un postre se vuelve salada. Algo mágico sucede cuando se mezclan arroz y leche de coco estoy segura de que si lo probais me dareis la razón.
Espero que hagáis esta receta, y os guste. Me encantaría saber como os ha ido.