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jueves, 16 de agosto de 2018

No-ensalada de salmón, aguacate, semillas de calabaza y berros






Yo nunca he ocultado mi antipatía casi clínica hacia las ensaladas. No me gustan en general. Jamás me verás pedir una ensalada en un restaurante porque no me gusta que jueguen con mis sentimientos ni con mi dinero.

 Sé que mucha gente cree que la comida más saludable que uno puede comer es una ensalada. Yo discrepo, con educación y respeto, y no pretendo crear cátedra en este blog, pero una puede llevar una dieta más que saludable sin tener que andar comiendo vegetales crudos, lo digo en serio. La cocina se invento por algo. Pero si Nigella Lawson abriese un restaurante podría darse el caso improbable de que me vierais pedir una ensalada  porque llevo un tiempo obsesionada con su ensalada de aguacate, y ahora con esta de salmón. Yo las llamo no-ensaladas. Y las celebro con la misma demencia con la que el sombrero loco celebraba los no-cumpleaños. O como diría Italo Calvino las hago durar y les doy espacio.

"El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio."

 Italo Calvino, Las ciudades invisibles. 




Pasemos a otro terreno pantanoso. El del salmón. El salmón es un pescado que tiene muy buena publicidad y le gusta a mucha gente. A mi de pequeña me parecía que olía a trastero. Como a sudor o a humedad. Con el tiempo se me ha pasado y lo como muchas veces. Pero es un pecado que me cansa con una facilidad que no supera ningún otro. 

Si los dioses tuvieran que imponerme una pena como la de Sísifo bien podrían en vez de castigarme a subir una piedra hasta lo alto de la montaña para verla caer instantes después, castigarme a comer un trozo de salmón para ver que resurge en el plato igual al que me acabo de comer. 

Aunque no lo parezca, me gusta el salmón pero como lo como habitualmente me gusta cambiarle el sabor. No me gusta que el salmón salmonee, por así decirlo. Lo marino en cítricos, en miso etc y así parece que es otra cosa cada vez. Desde que hice esta ensalada por primera vez además, lo hago siempre hervido. Sé que suena terriblemente aburrido. Salmón hervido. No gracias. Pero te prometo que este no es aburrido. He comparado comer salmón todos los días con el mito trágico por excelencia, por favor, me merezco al menos el beneficio de la duda.

El tema del salmón hervido es que es muy fácil que quede jugoso, con el interior rosado y templado no demasiado hecho pero tampoco crudo. Es cierto que pierde la costra crujiente que se crea cuando lo haces a la plancha pero cuando vives en una casa ínfima con cocina americana o simplemente no toleras bien ir a la cama oliendo a pescado es un lujo asequible porque es inodoro. Podéis llamarme doña olores, si queréis, pero a mi estas cosas me importan y me afectan.




O acaso no habéis tenido también una de esas noches en las enciendes unas velas aromáticas, te pones  el único pijama decente que tienes, te untas la cara con una  mascarilla hidrante porque te preocupa hacerte mayor y miras por la ventana un atardecer con la música relajante de jazzamor de fondo y te sientes, un poco aunque sea, como una persona respetable. Y en ese momento en que el sol llega por fin a esconderse te acuerdas de que tienes que hacer salmón para cenar y sientes como toda esa calma, esa burbuja etérea de glamour revienta al instante. No te volverá a pasar, no con esta receta. De hecho esta es una de las recetas más plácidas y más glamourosas de hacer salmón que yo conozca.

Todo empieza cuando pones el salmón en una sartén y lo cubres con agua. Oyes fluir el agua y enciendes el fuego. Esperas a que las burbujas empiecen, nada aparatoso, nada que perturbe la música, no necesitas ni siquiera encender el extractor. Después lo apartas de fuego y dejas que el salmón se haga tranquilamente mientras tuestas las pipas de calabaza y escuchas como explotan y expulsan un aroma como a pan tostado. Cojes una ensaladera la decoras con hojas verdes desmigas sobre ellas el salmón, el aguacate y viertes las pipas sobre todo ello como una lluvia. Todo en silencio. Ninguna pirotecnia nada que perturbe el atardecer que acabas de ver. Es maravilloso. Y si no me crees puedes ver el vídeo y decirme que tienes alma y  que no te has enamorado porque no me lo voy a creer. 





Yo he modificado la receta porque, como ya he dicho,  no me gusta que el salmón salmonee, me gusta darle otros sabores, como el de miso, ajo, sal vikinga, limón, mostaza... Nigella lo aromatiza al hervirlo pero a mi me parece que de esta manera no da tiempo a que el salmón se impregne de los aromas y por eso yo siempre lo marino un día antes.

 Podéis hacerlo como queráis. Y espero que lo hagáis porque os va a gustar tanto como a nosotros. Lo he hecho para mucha gente y nadie me ha dicho nunca que mi entusiasmo por ella sea infundado. Mi pareja por otro lado pierde los papeles cada vez que la hago. Le encanta. Y yo que me alegro.




lunes, 4 de abril de 2016

Merluza en salsa verde con almejas y algo sobre una tal Plácida



En esto que estaba Doña Placida de Larrea en su cocina de la casa-torre de la Ribera en Bilbao, alla por el año 1723, y como tenía una merluza, abundantes perejiles, espárragos que le habían enviado de Tudela, unas chirlas y una docena de gordos cangrejos pescados en aguas de Ibaizabal decidió guisarlo todo a ver que salía y lo mismo le podía haber salido un churro como nos pasa tantas otras veces, pero le salió la famosa merluza en salsa verde. Naturalmente Doña Placida quedo encantadísima con su descubrimiento y nada de este suceso fortuito habría llegado hasta nosotros ni hubiéramos sabido la verdadera artífice de uno de los platos más intencionales de la cocina vasca sino fuera porque poco después Doña Placida de Larrea se sentó a escribir con regocijo a su amiga y homónima Doña Placida de Larrinaga, y de Eguidazu, Navarra del valle Baztán, lo que hizo aquella mañana de mayo con la merluza de la comida. 

La merluza en salsa verde es uno de los platos clásicos que dan orden y sentido al universo. Saber que al llegar a casa tendrás una merluza chapoteando en un mar salado y espeso de color verde es suficiente para perdonar al día todo lo que te ha hecho. Dicen que es un plato de fiesta pero en mi casa es el plato que se hace cuando ninguna otra cosa tendría sentido. Cuando el estómago necesita un poco del vaivén relajado de las olas, cuando el estrés de las cosas cotidianas necesita sentarse a reflexionar un rato. 

La merluza en salsa verde es un guiso antiguo y a la vez moderno que más que cambiar se ha ido puliendo con en el tiempo. Su versión más conocida, la merluza a la Koxkera o a la Donostiarra, lleva huevos duros y espárragos, también hay quien añade guisantes frescos para aportar aún más verde al plato y los días especiales la salsa verde se engorda aún más con unas kokotxas mantequillosas. Las que nunca deberían faltar son las almejas que son, mucho me temo, las verdaderas causantes del revuelo que causa esta preciosa salsa. 

Debo admitir que solamente me gustan las almejas en sentido poético, me gusta el sabor que aportan a infinidad de platos, y no concibo una salsa verde sin el sabor salvaje que le dan las almejas pero de ahí a que me coma una hay un mundo muy complicado. Quizá es algo irracional, yo creo que el gusto siempre lo es, al final uno aprende a comer de todo, pero en mi caso es un ejercicio de disciplina que dura todo el rato. Aprendí a comer pimientos verdes, me obligué a comerlos aunque me supieran a amoniaco, lo juro por dios. Siguen sin ser mi comida favorita pero estoy orgullosa de poder sentarme hoy en día en una mesa en la que alguien me ofrece unos pimientos verdes fritos y no tener que montar una escena. Algún día también comeré almejas, mejillones y ostras, seguro, pero hoy no es ese día. 

Espero que probéis esta receta y sintáis como yo la necesidad de volver a ella cada vez que el cuerpo así lo pida. No omitáis las almejas, son el quid de la cuestión, de verdad. 



viernes, 18 de diciembre de 2015

Los pimientos del piquillo rellenos de bacalao que toda navidad necesita





Todos los años sobre estas fechas todo mi mundo gira sobre la misma obsesión: los pimientos del piquillo rellenos de bacalao. Uno de mis platos navideños favoritos. Todos los años me prometo que conseguiré hacer los pimientos rellenos con los que siempre he soñado y todos los años, hasta este, he fracasado estrepitosamente en el intento. Los del año pasado de sabor estuvieron correctos pero parecían estar rellenos más de argamasa que de la bechamel cremosa y casi líquida que había previsto. Lo que pasa es que en general siempre es un mal negocio hacer un plato que no dominas en el último momento y bajo la presión condescendiente de gente que entra y sale de la cocina para comprobar que en efecto, otro año más, lo has conseguido, has convertido tu cocina en un verdadero vórtice de entropía.

La planificación nunca ha sido mi mayor virtud pero este año he decidido ir en contra de mi biología y aliarme con el tiempo y mi nuevo mejor amigo, el congelador. Digamos que he madurado y que además he conseguido desentrañar la formula para hacer los pimientos rellenos de bacalao perfectos. Los pimientos con los que siempre había soñado, unos de de piel fina y sedosa rellenos de una bechamel cremosa y casi líquida en la que el bacalao lejos de tener que intuirse se manifiesta en su total grandeza. Los tengo congelados ya junto a la salsa para descongelarlos el día de navidad y triunfar sin mover prácticamente ni un dedo.


Este es un plato elaborado que requiere su tiempo. Me gusta tanto que solo concibo hacerlo para aquellos que respeto y quiero. Cada minuto invertido en su elaboración te es devuelto multiplicado en placenteras oleadas de consolación y gratitud. Yo aun no he podido olvidarme de la primera vez que los probé, fue en navidad en casa de Begoña y eran de carne y rebozados, de la vieja escuela. Fueron extraordinarios.

Hace tiempo leí una historia de la que tampoco he podido olvidarme y que me gustaría recordar ahora que viene a cuento. Es sobre una navidad distinta en el desierto del Kalahari y de un buey que solo era hueso y pellejo pero en realidad no lo era. 

Richard Lee, profesor de la Universidad de Toronto, cuenta una graciosa historia sobre el significado del intercambio recíproco entre cazadores y recolectores igualitarios. Lee había seguido a los bosquimanos durante la mayor parte del año por el desierto de Kalahari, observando lo que comían. Los bosquimanos eran muy serviciales y Lee quiso mostrarles su gratitud, pero no tenía nada que ofrecerles que no alterara su dieta normal y su pauta de actividad habitual. Cuando se acercaban las Navidades, supo que probablemente los bosquimanos acamparían al borde del desierto junto a aldeas en las que a veces obtenían carne mediante el comercio. Con la intención de donarles un buey como regalo de Navidad, fue en su jeep de aldea en aldea tratando de encontrar el buey más grande que pudiera comprar. Finalmente localizó en una aldea lejana un animal de proporciones monstruosas, cubierto con una gruesa capa de grasa. Como sucede con muchos pueblos primitivos, los bosquimanos anhelan la carne grasienta porque los animales que cazan son normalmente enjutos y correosos. Al volver al campamento, Lee llevó aparte a sus amigos y les dijo uno a uno que había comprado el buey más grande que jamás había visto y que le iba a dejar que los sacrificaran en Navidad. El primer hombre que oyó la buena noticia se alarmó visiblemente. Preguntó a Lee dónde había comprado el buey, de qué color era, cuánto medían sus cuerno, y movió después la cabeza. "Conozco ese buey -dijo-. ¡Si sólo es huesos y pellejo! ¡Tienes que haber estado borracho para comprar ese despreciable animal!". Convencido de que su amigo no sabía realmente de qué buey estaba hablando, Lee se lo confió a otros bosquimanos, encontrando la misma reacción de asombro: "¿Has comprado este animal sin ningún valor? Naturalmente nos lo comeremos -solían decir todos-, pero no nos saciará. Comeremos y nos iremos a casa a dormir con las tripas rugiendo". Cuando llegaron las navidades y se sacrificó finalmente el buey, la bestia resultó estar verdaderamente cubierta de una gruesa capa de grasa y fue devorada con sumo placer. Había carne y grasa más que suficientes para todo el mundo. Lee se dirigió a sus amigos e insistió en una explicación. "Sí, claro que supimos desde el principio cómo era realmente el buey -admitió el cazador-. Pero cuando un joven sacrifica mucha carne, llega a creerse un hombre importante o un jefe, y considera a todos los demás como sus servidores o sus inferiores. No podemos aceptar esto -continuó-. Rechazamos al que se jacta, porque algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. De ahí que siempre hablemos de la carne que aporta como si fuera despreciable. De esta manera ablandamos su corazón y le hacemos amable." 
Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas.


La navidad es eso, es sobre la gente que nos pone los pies en la tierra. No sobre los regalos, ni sobre los bueyes y las angulas y los banquetes, sino sobre las personas con las que nos sentamos en la mesa y con las que abrimos los regalos. Coincidiréis conmigo en que ellas se merecen estos pimientos.

Espero que os animéis a hacer los pimientos este año y que los disfrutéis en la mejor compañía tanto como yo. Felices fiestas a todos. Zorionak eta urte berri on.



viernes, 9 de octubre de 2015

La salsa vizcaína y la paciencia



"Por primera vez se publica un libro dedicado a la embajadora más universal de Bizkaia: la salsa vizcaína.
De París a Lisboa pasando por Madrid de la Habana a Nueva York pasando por Nueva Orleáns en comedores de lujo o en cocinas domésticas, esta salsa roja y cuadrisílaba, ha colmado de felicidad los paladares de ricos y pobres, de reyes y plebeyos, con su inconfundible color, aroma y sabor. (...) La vizcaína debe su existencia, en primer lugar A Roma, que nos trajo la cebolla, y a Cristóbal Colón, que nos trajo los pimientos de América, pero sobre todo al genio silencioso y a la creatividad anónima -seguramente de unas cuantas cocineras vizcaínas- que en un momento dado de la historia de nuestra gastronomía fueron capaces de confeccionar, al calor del fuego y la experimentación, este prodigio de la alquimia alimentaria para acompañar al bacalao.
La salsa vizcaína cuando nació, hace más de un siglo, era pura vanguardia, después se convirtió en traficional, pero el tiempo es un arquitecto capaz de trazar círculos, y por eso, los chefs de la actual vanguardia gastronómica vuelven su mirada hacia esta eterna y universal estrella de la cocina."
José Ángel Iturbe, La salsa vízcaina.

¿Sabeis la anécdota esa que contaba Woody Allen sobre su amigo Needleman? "Estando en la ópera en Milán con mi hija y conmigo, Needleman se inclinó demasiado desde el palco y cayó en el foso de la orquesta. Demasiado orgulloso para admitir que había sido un error, asistió a la ópera cada noche durante un mes y repitió la caída en cada ocasión.". Bueno pues yo, en la escala de orgullo solo estoy un escalón por debajo de este señor. Soy profundamente orgullosa. La mayor parte de las veces es un incordio pero de vez en cuando sirve para algo. Por ejemplo, hace un tiempo reflexionando sobre las grades cuestiones de la vida llegue a la conclusión de que no podría respetarme más a mi misma si no aprendía a hacer salsa vizcaína. Pense que no se  puede ser de Bizkaia, tener un blog de cocina con recetas de todo el mundo, no saber hacer vizcaína y seguir viviendo como si nada. Después me compré un libro, "La salsa vizcaína" y empezo mi aventura. Con esta receta he sudado la gota gorda y he tenido muchos disgustos. Se me ha quemado la cebolla, casi mato a mi madre de lo picante que me quedó la salsa en una ocasión y muchas otras cosas. Pero ha merecido la pena y ahora tengo en el congelador una tonelada de salsa vizcaína perfecta para sacarla siempre que se me antoje comer bacalao a la vizcaína que es uno de mis plato favoritos no de Bizkaia sino de todo el universo.

Para el que no sepa lo que es una vizcaína o salsa roja yo la describiría como la transmutación maravillosa e increíble que sucede al dejar que el tiempo modele cebolla, pimiento choricero, grasa y caldo en un líquido de color rojo sangre capaz de hacer de un sencillo bacalao un plato inolvidable. Nadie podría sospechar al probarla que su sabor intenso, duro y embriagador sea el fruto de tan poca artillería pero, ¡milagro!, lo es. La salsa vizcaína, "la mejor y más genuina embajadora de Bizkaia" apenas guarda secretos, el único secreto es el tiempo, ese tiempo que ya nadie parece tener.

"¡Los dioses confundan al primer hombre que descubrió
la manera de distinguir las horas!, y confundan, también,
a quien en este lugar colocó un reloj de sol,
¡para cortar y destrozar tan horriblemente
mis días en fragmentos pequeños!
... ni siquiera puedo sentarme a comer
a menos que el sol se marche.
La ciudad está llena de esos malditos relojes...
¡Los dioses destruyan al primero que inventó la hora
y colocó el reloj de sol que rompe mi día en mil pedazos!
Hasta ahora, mi reloj había sido siempre mi vientre,
el mejor y más seguro entre todos.
Por doquier y con seguridad, me llamaba la comida,
hasta cuando no había nada que llevarse a la boca;
pero ahora, aunque lo haya, no puedo comer
si al Sol no le place todavía."

Titus Maccius Plautus (Tito Maccio Plauto)
"Noches áticas" (siglo II d.C.)
Libro III, capítulo III


Si plauto resucitara sucumbiría al horror de ver en lo que aquel sencillo reloj se ha convertido. Ya no solo dicta la hora de comer sino que lo dicta todo, todo está a merced del tiempo roto en mil pedazos. También Bizkaia y , paradojas de la vida, Bizkaia ya no tiene tiempo para hacer vizcaína lo cual es una pena porque "sin tiempo no hay vizcaína". Nuestra mejor embajadora se está convirtiendo en una estrella que aparece sobre todo en navidad y grandes ceremonias, en folclore.

También a nosotros nos ha picado el virus de la prisa. Todos estamos terriblemente ocupados. Tenemos demasiados trastos que comprar, demasiados estados de facebook que mirar, tenemos demasiado trabajo inhumano, hacemos dietas exprés, cursos intensivos, comemos comida rápida y hasta hacemos meditación acelerada. Todo va a mayor velocidad, los coches, la tecnología, los paseantes, las horas y las cazuelas. Ni siquiera tenemos tiempo, dicen, para la filosofía que es lo mismo que decir que ya ni siquiera tenemos tiempo para tomar aliento y meditar sobre el sofoco continuo que nos produce correr en una carrera sin propósito ni fin. Que ya ni siquiera hay tiempo para preguntar lo importante.

Ahora nos parece un disparate emplear el cariño y la paciencia para hacer amorosamente la comida durante horas. Es derrochar la vida y la electricidad que está muy cara. Y sin embargo cuánto nos siguen gustando esos platos antiguos de vieja escuela y de chapa y qué no daríamos por tener una abuela con beheko sua  (cocina de carbón) y paciencia y persistencia infinita.

Yo no la tengo, y además  me encanta la vizcaína así que he tenido que terminar convirtiéndome en mi propia abuela. Estos últimos meses he estado experimentando con distintas recetas de salsa vizcaína un ejercicio que recomiendo a todo el mundo para  ejercitar ese músculo tan en desuso y descuidado que es la paciencia.


La paciencia no solo es la madre de la ciencia es la madre de la vida, del universo y de todo lo demás. Jamás llegaríamos a entender nada sin ella. Para hacer salsa vizcaína lo primero que hay que hacer es poner cebolla, preferiblemente roja, en una cazuela cubierta de aceite (u otra grasa) tapada y dejar que se cueza en sus propios jugos durante unas 4-6 horas. Sí, lo has entendido bien, hasta que quede se haya caramelizado y se haya convertido en una especie de mermelada. Si no se supera esta primera prueba y se atormenta a la cebolla para que trabaje más de prisa nunca conseguiremos hacer la auténtica salsa vízcaina. La cebolla es el quid de la cuestión. Son los cimientos del castillo. Así que paciente debes ser, mi pequeño Padawan.



Lo segundo es la pulpa de pimiento choricero. En los inicios de la salsa vízcaina se utilizaban pimientos verdes y en otras regiones también pimientos morrones y ñoras. En la primera receta de salsa vizcaína que se escribió en euskera se mencionaba el pimentón o pimiento seco triturado. Pero a partir de 1892 y gracias a las pautas que marcó el restaurante "El Amparo" de Bilbao, se nombra al pimiento choricero el pimiento caracteristico de esta salsa. Hoy en día es posible encontrar la pulpa de pimiento choricero en bote en prácticamente todos los supermercados del país vasco. Quizá en otras comunidades sea más difícil encontrarlo aunque tengo entendido que no. La pulpa de pimiento choricero embotellada es mucho más practica que el método tradicional pero comprar los pimientos secos y hervirlos en casa suele dar un resultado ligeramente mejor.

Una vez la cebolla y el pimiento han hecho amistad se añaden los elementos espesantes. No todo el mundo los considera necesarios porque añaden sabor además de dar cuerpo a la salsa. Los más habituales son "el pan -corteza de pan secao, pan tostado, pan frito, pan de pistola, pan francés- galletas maría, la harina, la maicena y en francia una mezcla de harina y mantequilla o margarina a punto pomada que se conoce como mantequilla manoseada."

Por último se añade el caldo o el agua. "En 1892 se popularizó el uso del caldo como elemento de mojado. Caldo de agua de la cocción del bacalao, el agua donde se hervían los pimientos choriceros y más tarde los caldos limpios: el de carne, el de despojos, el de cocido de garbanzos o el de pescado o fumet."



Además de estas cosas algunas pesonas, entre las que me incluyo, le gusta añadir algo de ajo para contrarestar el dulzor de la cebolla. Existen incluso recetas que sustituyen la cebolla por ajo completamente. También es habitual añadir tomate y todo tipo de "componentes aromáticos propios de la persona que cocina: perejil, pimienta, nuez moscada, clavo, laurel, tomillo, curry y la canela. También leche, coññac, zumo de limón, zanahoria, jamón, yemas de huevo cocidas, chocoalte, azúcar, almendras y avellanas." Yo personalemente no entiendo una vizcaína sin un toque de picante es una salsa que te pide por favor un poco de maldad. Además suelo añadir especias también, porque me encantan y son la guinda que todo pastel se merece.

Conseguir la receta de la auténtica salsa vizcaína es imposible. No existe. Lo más parecido sería la receta de tu amama pero si se lo preguntas es probable que termines con una lista de imprecisiones gastronómicas. cosas como un poquito, mucho, suficiente, bastante,  con las que te saldrá una salsa tan parecida a la suya como un zapato. La mía te hubiese dicho algo muy parecido a lo que dice Pilar Zarandona en este vídeo al preguntarle sobre la receta de la salsa roja que llevan sus caracoles de navidad.
"Mucha cebolla roja decían que hay que hacer, pues mucha. Todo lo que queriamos haciamos. Y luego pues jamón y chorizo y mezclar a la salsa. Eso. Cosas buenas."




Yo he partido de la receta de José Angel Iturbe y la escuela de hostelería de Leioa para hacer mi salsa. La primera vez la hice igual pero con cayenas y se me fue bastante la mano. Mi madre aún la recuerda. Después la he venido adecuando a mis gustos hasta que ahora ya estoy bastante contenta con la tonelada que tengo guardada en el congelador para los restos. Por que la salsa vízcaina hay que hacerla un fin de semana ocioso y gris y además hay que hacerla en grandes cantitadades para congelar y así comer vízcaina siempre que el cuerpo te lo pida sin tener que invertir un día para ello.Os aseguro que descongelar esta salsa maravillosa y hacer un bacalao a la vízcaina en 10 minutos, de verdad, que no tiene precio. Lo compensa todo.

Espero que os arméis de valor y os animeis a hacer esta receta. Estoy segura de que os encantará.

Os dejo el video en que Iturbe, alias "El bigotes", prepara una vízcaina en el plató de Robin Food. con la esperanza de que os ayude a desperezar el cuerpo y la mente y motivaros a ejercitar un poco la paciencia y el paladar.

"Carnero y vaca fue principio y cabo
Y con rojos pimientos, y ajos duros,
tan bien como el señor comió el esclavo."







lunes, 22 de junio de 2015

Marmitako de bonito del norte la prueba irrefutable de que el verano ya está aquí






"Boga, boga,
mariñela, mariñela,
joan behar degu,
urrutira, urrutira,
bai Indietara, bai Indietara."*

Cuando los hombres mayores de mi familia han bebido lo suficiente para sacar su soprano interior hay una canción que nunca falla en su repertorio: Boga boga. Trata sobre un marinero que embarca hacia tierras lejanas con la nostalgia anticipada de no volver a ver su pueblo, su orilla ni su precioso puerto. El pueblo de aquel marinero era Ondarroa, lugar de donde procede toda mi familia. Desconozco si aquel marinero existió de verdad o fue fruto de la pluma poética de Jesús Guridi (si alguien conoce la historia agradecería mucho que la compartiera conmigo), el caso es que la canción dice que se fue a las Indias, es decir, que, supuestamente, se fue al lugar del que vendrían tres ingredientes fundamentales del marmitako actual: patata, pimiento y tomate. (El tomate es un ingrediente polémico ya que el marmitako ortodoxo no lo incluye). 

 

¿Quiere esto decir que en la cocina del barco en que partió aquel marinero no se guisaba aún marmitako? Parece ser que sí que comió algo llamado marmitako pero muy distinto al de hoy en día. Aquel solo llevaba cebolla y pescado fresco y si había suerte, y a falta de patatas, algún carbohidrato como el pan.

Marmitako quiere decir "lo de la cazuela" así que preguntar qué hay para comer y que te respondan marmitako viene a ser como lo que te decía tu madre cuando hacías la misma pregunta y respondía "lo que hay". La razón de que el marmitako fuese un plato con tanto éxito en los barcos del País Vasco es que era literalmente lo que había. Patatas, pescado y pimientos choriceros secos. Esos tres ingredientes junto a una cantidad generosa de agua guisados con los vaivenes de las olas y la astucia del pobre proletario, formaron uno de los manjares más populares de la gastronomía vasca actual. 


Era lo único que cocinaba mi aitite que era marinero y aprendió la receta en el barco en el que trabajaba. Si llegué a probar su marmitako no lo recuerdo, era demasiado pequeña. Además ninguno de mis padres ha tomado el relevo del marmitako anual y aunque sea casi un disparate, haber nacido en el la costa del golfo de vizcaya, en el seno de una familia de puerto y no haber comido nunca marmitako en casa, así es. En mi casa nunca se ha hecho marmitako. En mi casa el pescado se fríe, se confita, se hornea, se saltea, se reboza, se cuece, se dora a la plancha y se adora pero no se guisa ni se le insulta convirtiéndolo en sopa. Lo último, lo de la sopa, es un tema de mi padre que es capaz de comer cualquier cosa con movilidad o sin ella bajo el cielo pero que vete a saber porqué alineación de estrellas detesta la sopa de pescado y por extensión los guisos con el. Estoy cambiando esto. Lo primero que dijo al ver mi marmitako fue que ese no era el marmitako que el comía (porque me pase un poco con el tomate y me quede corta de caldo), los segundo fue que estaba muy bueno. Lo cual es un win en toda regla y un orgullo personal para toda la vida.


Aunque yo soy más de biblioteca que de puerto y me pierdo en una pescadería llevaba todo el año asomandome a los mostradores de las pescaderías para ver si la temporada de bonito y el verano se adelantaba por encanto. No se ha adelantado pero ya es, por fin, temporada de bonito del norte o costera. Lo será hasta septiembre. Toma mi consejo y no dejes que se te pase sin hacer este plato. 

He intentado aportar mi granito de arena incorporando a los ingredientes tomate concentrado en lugar de tomate frito pero creo que me he pasado a juzgar por el aspecto rojizo que tiene. Lo hice además de prisa y corriendo porque se mi vino el tiempo encima y me olvidé del paso fundamental de saltear el bonito. No obstante estaba muy bueno y mi patosidad es además una lección sobre lo fácil que es hacer un buen marmitako. Es un plato sano, exquisito y fácil para comer con la mirada perdida en el horizonte y el alma chapoteando en felicidad. 

Espero que os guste tanto como a nosotros. 



jueves, 30 de abril de 2015

La lubina con refrito de kétchup y salsa de soja de Martín Berasategui





Al principio mi madre me miraba raro cuando echaba salsa de soja a mi parte del pescado y, aunque nunca me he sentido culpable por ello, si que pensaba que realmente iba en contra del dogma de la religión vasca hacer este tipo de mezclas y añadir especias o salsas "exóticas" a productos que, como se suele decir, ya son buenos de por si y no necesitan ninguna floritura. Aquí es a veces casi palpable la hostilidad de la gente cuando se mencionan productos como el jengibre, el curry o la salsa de soja y esta hostilidad adquiere su cota máxima cuando son utilizadas en platos tan tradicionales como el pescado a la parrilla. Pero las cosas están cambiando y aunque pensaba que era el perro verde del lugar, por echarle soja al pescado como los japoneses, el otro día vi en youtube a Martín Berasategui, alias 4 estrellas michelín y suprema autoridad de la nueva cocina vasca, haciendo esta receta y sinceramente me subió la moral arriba.

No es que me guste el pescado con soja, es que el pescado con salsa de soja y yo somos pareja. Siempre he pensado además que la salsa de soja es el Chanel Nº5 de la gastronomía. Vale para todo y la invito prácticamente a todas mis preparaciones. Cuando la añado al pescado normalmente lo hago directamente sobre mi plato como sustituto de la sal. La mezcla de la soja con ketchup la había probado en recetas de pollo, de carne y de arroz,  pero curiosamente nunca en una de pescado y la verdad es que no se me ocurre por qué. Aunque suene raro al principio, la unión de las dos salsas es una receta ganadora que es muy común en la gastronomía oriental. Es como si las dos hubieran nacido  la una para la otra, se complementan perfectamente. Una es alegre, ácida y dulce. La otra es seria, profunda y salada. Juntas forman una de las salsas agridulces más sutiles y diplomaticas que hay. 

Con lo de la soja Martín ya me había ganado, pero otra de las cosas que me animaron a hacer el plato es que la lubina se cocina a la plancha en una sartén en lugar de en el horno como es habitual. Lo mejor de esto es que el pescado adquiere la tonalidad de caramelo en la superficie, la costra, que es, siempre y en todas partes, lo mejor de cualquier cosa.



Aunque ya los romanos lo consideraban uno de los pescados más nobles, la lubina, no siempre ha sido tan sofisticada, festiva y cara como lo es hoy en día sino que, más bien, ha sido denostada durante mucho tiempo como una variedad sosa y como comida para enfermos. Parece ser que el culpable del renacer de la lubina, uno de ellos al menos, fue pedro Subijana, con su famosa lubina a la pimienta verde que preparó por primera vez en aquel Akelarre de entonces (1977-78), tan distinto al de ahora. Yo no la he probado pero por su aspecto lo haré imperativamente. Ya tengo preparada la receta. 

Lubina a la pimienta verde con emplatado viejuno


¿Inventó Subijana la lubina? No. Una de las recetas con más renombre internacional es la lubina en papillote, creada por el cocinero del Papa León III (s. VIII) y servida en la coronación del emperador Carlo Magno. Desde entonces los cocineros no han parado de crear platos con ella y hoy se pueden encontrar recetas con azafrán, hinojo pimienta verde tomillo, calvados algas salvia, menta, txakoli, estragón y hasta esta que traigo yo hoy.

Coronación de Carlomagno por el papa León III, Estancias del Vaticano, Rafael Sanzio

Como curiosidad del día decir que el nombre de la lubina viene del latín lupus que todo el mundo sabe, gracias a Hobbes ("Homo homini lupus") y a las clases de filosofia, que quiere decir lobo. La lubina es literalmente el lobo de mar (y por tanto Jack London estaba equivocado). No es ningún chiste, la lubina aunque es pequeña comparada con  un lobo o un tiburón también es muy voraz y rápida en el ataque. Además es omnivora, como nosotros, y sus presas son de todo tipo y condición. Se alimenta de crustáceos, pequeños pulpos o peces e incluso de algas y gusanos. Si le dieses pasteles quien sabe si se los comería también.

Otra cosa en la que se parece a nosotros los humanos, es que cuando se pesca una, la otra se queda días en el sitio esperando su regreso. Lo cual, sinceramente, da bastante pena.

Aunque esta completamente prohibido hacerlo, todavía hay desalmados que la pescan detonando explosivos al encontrar bancos ella. Por suerte la mayoría de pescadores no utilizan técnicas tan abusivas. Estos pescadores viven una vida difícil porque la lubina no debe ser una especie fácil de engañar ni de pescar. No sé si es por ello que la mayoría de lubinas que encontramos en la pescadería provienen de piscifactorías. 

Hace poco vi un vídeo que me gusto tanto que he decidido compartirlo solo porque tiene algo que ver y puede interesar a alguien. En el vídeo Dan Barber, un chef neoyorquino, cuenta la historia de cómo se enamoro de un pez. Un pez criado en el parque natural de Veta la Palma, España, donde se practica una agricultura sostenible que ojalá fuera más habitual de lo que es. Allí se crían las mejores lubinas de cultivos acuícolas del país y probablemente del mundo. (Ved el vídeo si os interesa, esta es inglés pero podéis activar los subtitutos en castellano si lo necesitas)




Aunque me hubiese gustado mi lubina no era oriunda de Veta la Palma, ni del medirterraneo, ni del atlántico, pero estaba muy buena también. Al hacerla cometí el error de utilizar salsa de soja oscura en lugar de clara. Lo hice porque se me había terminado la clara y es por eso que el pescado tiene un aspecto algo más negro de lo ideal. Como ya he dicho nos gustó mucho de todas maneras, y repetiremos seguro, pero si lo vas a hacer recuerda utilizar salsa de soja clara si puedes. Espero que os guste.


 


jueves, 18 de diciembre de 2014

Salmón marinado a la griega con salsa tzatziki, anillos dentro de peces y felices fiestas





Hace mucho tiempo, un historiador (el primero) y geógrafo griego llamado Herodoto (484 y el 425 a. C) relató la historia de un hombre llamado Polícrates al que le sucedió un hecho de lo más extraordinario a cuenta de un pez y de un anillo:

"XL. Entretanto, Amasis no miraba con indiferencia la gran prosperidad de Polícrates su amigo, antes se informaba con gran curiosidad del estado de sus negocios; y cuando vio que iba subiendo de punto la fortuna de su amigo, escribió en un papel esta carta y se la envió en estos términos: —«Amasis a Polícrates. —Por más que suelan ser de gran consuelo para el hombre las felices nuevas que oye de los asuntos de un huésped y amigo suyo, con todo, no me satisface lo mucho que os lisonjea y halaga la fortuna, por cuanto sé bien que los dioses tienen su poco de celos o de envidia. En verdad prefiriera yo para mí, no menos que para las personas que de veras estimo, salir a veces con mis intentos, y a veces que me saliesen frustrados, pasando así la vida en una alternativa de ventura y desventura, que verlo todo llegar prósperamente. Dígote esto, porque te aseguro que de nadie hasta ahora oí decir que después de haber sido siempre y en todo feliz, a la postre no viniera al suelo estrepitosamente con toda su dicha primera. Sí, amigo, créeme ahora, y toma de mí el remedio que voy a darte contra los engañosos halagos de la fortuna. Ponte sólo a pensar cuál es la cosa que más estima te merece, y por cuya pérdida más te dolieras en tu corazón: una vez hallada, apártala lejos de ti, de modo que nunca jamás vuelva a parecer entre los hombres. Aun más te diré: que si practicada una vez esta diligencia no dejara de perseguirte con viento siempre en popa la buena suerte, no dejes de valerte a menudo de este remedio que aquí te receto.» 
XLI. Leyó Polícrates la carta, y se hizo cargo de la prudencia del aviso que le daba Amasis; y poniéndose luego a discurrir consigo mismo cuál de sus alhajas sintiera más perder, halló que sería sin duda un sello que solía siempre llevar, engastado en oro y grabado en una esmeralda, pieza trabajada por Teodoro el samio, hijo de Telecles. Al punto mismo, resuelto ya a desprenderse de su sello querido, escoge un medio para perderlo adrede, y mandando equipar uno de sus penteconteros, se embarca en él, dando orden de engolfarse en alta mar, y lejos ya de la isla, quitase el sello de su mano a vista de toda la tripulación, y arrojándolo al agua, manda dar la vuelta hacia el puerto, volviendo a casa triste y melancólico sin su querido anillo. 
XLII. Pero al quinto o sexto día de su pérdida voluntaria le sucedió una rara aventura. Habiendo cogido uno de los pescadores de Samos un pescado tan grande y exquisito que le parecía digno de presentarse a Polícrates, va con él a las puertas de palacio, diciendo querer entrar a ver y hablar a Polícrates su señor. Salido el recado de que entrase, entra alegre el pescador, y al presentar su regalo: —«Señor, le dice, quiso la buena suerte que cogiera ese pescado que ahí veis, y mirándolo desde luego por un plato digno de vuestra mesa, aunque vivo de este oficio y trabajo de mis manos, no quise sacar a la plaza este pez tan regalado; tened, pues, a bien recibir de mí este regalo.» Contento Polícrates con la bella y simple oferta del buen pescador, le respondió así «Has hecho muy bien, amigo; dos placeres me haces en uno, hablándome como me hablas, y regalándome como me regalas con ese pescado tan raro y precioso: quiero que seas hoy mi convidado.» Piénsese cuán ufano se volvería el pescador con la merced y honra que se le hacía. Entretanto, los criados de Polícrates al aderezar y partir el pescado, hallan en su vientre el mismo sello de su amo poco antes perdido. No bien lo ven y reconocen, cuando muy alegres por el hallazgo, van con él y lo presentan a Polícrates, diciéndole dónde y cómo lo habían hallado. A Polícrates pareció aquella aventura más divina que casual, y después de haber notado circunstanciadamente en una carta cuanto había practicado en el asunto y cuanto casualmente le había acontecido, la envió a Egipto. 
XLIII. Leyó Amasis la carta que acababa de llegarle de parte de Polícrates, y por su contenido conoció luego y vio estar totalmente negado a un hombre librar a otro del hado fatal que amenaza su cabeza, acabándose entonces de persuadir que Polícrates, en todo tan afortunado que ni aun lo que abandonaba perdía, vendría por fin al suelo consigo y con toda su dicha. Por efecto de la carta hizo Amasis entender a Polícrates, por medio de un embajador enviado a Samos, que anulando los tratados renunciaba a la amistad y hospedaje público que con él tenía ajustado; en lo cual no era otra su mira sino la de conjurar de antemano la pesadumbre que sin duda sintiera mucho mayor en su corazón si viniera a descargar contra Polícrates el último y fatal golpe que la fortuna le tenía guardado, siendo todavía su huésped y público amigo." 
Herodoto, Los nueve libros de la Historia, Libro III. Talía
Por alguna razón me encanta esta historia. Me gusta sobretodo la parte en que Amasis describe el hecho de encontrarte tu propio anillo, perdido voluntariamente en las profundidades del mar, dentro de un pescado que te han regalado como un "fatal golpe de la fortuna". Ese es el tipo de golpes fatales de la fortuna que a mi me gustaría tener. Funestos golpes de la fortuna como que me encuentre un billete de lotería en la acera tirado y que salga ganador poco tiempo después. Ya es navidad, la época de los cuentos, de la fantasía y del optimismo. La época en la que creemos en pescados mágicos que albergan anillos, en reyes que reparten sus fortunas, en renos voladores, en duendes saltarines y en números de papel que nos harán millonarios. Nada nos gustaría más que ser nosotros los demasiado afortunados. Que nos toque todo, la lotería, el amor, la salud, el trabajo, la familia. Todo. Tenemos el pescado pero queremos el anillo.


Dentro del salmón que cocinamos la semana pasada no había alhaja ni misterio alguno, pero seguiremos mirando y de momento nos contentamos con comerlo que ya es bastante. A cuenta del salmón, la vez anterior comente que andaba buscando buenos amigos para él y que no conseguía mejorar su versión más sencilla, a la plancha aderezado tan sólo con sal y pimienta. Hoy me complace anunciar que ya la he encontrado. El secreto era el marinado, la impregnación del pescado con un aroma a limón, mostaza, eneldo, orégano y ajo irresistible. Desde que mi padre llamara mi atención sobre esta receta no he dejado de hacerla y cada vez me sabe mejor. He conservado el nombre de la receta en la que me base "salmón a la griega" pero la he añadido algunos ingredientes más que no tienen mucho que ver con el país de los helenos. Si algún griego me lee por favor que no se ofenda. 

Si tienes pensado hacer salmón en navidades, mañana o el año que viene te sugiero que pruebes esta receta, mi favorita, seguro que me lo agradeces.

Por cierto, feliz navidad.




viernes, 5 de septiembre de 2014

Salmón al horno con costra aromatizada con lima y especias





Si hay una habilidad que nos defina como especie será probablemente nuestro don para complicarnos la vida. No hay en todo el reino animal nadie capaz de competir con nosotros. Somos los mejores.

Algunos dirán que me equivoco, que lo que nos define es el habla. Pero la lengua, la cultura, los zapatos de tacón, el aceite con sabor a agua del Kilimanjaro, los gin tonics con flores de atardecer en marte, la burocracia y el letargo de los domingos son todos parte de la misma cosa, nuestra sobresaliente capacidad para retorcer el rizo. Para ver en algo lo que no es. Para decir cosas como: "tengo alegre la tristeza" o "me moriré si no me compró ese vestido". Para pasar meses planeando unas vacaciones en el amazonas que te han costado un dineral y que no has disfrutado porque tienes fobia a los insectos y nunca habías visto hierba antes. Para pensar que, el cree que tu crees que ellos creen que nosotros creemos que tu crees que te complicas demasiado la vida.

Estamos solos en esto, pero debemos admitir que algunos animales lo hacen francamente bien. Muchos simplemente por imitación del maestro (léase: nosotros). Como los orangutanes de Borneo que no contentos con los árboles y la digestión decidieron un buen día dedicarse a la lavandería.



O los monos alcohólicos del Caribe, que ya lo eran antes de que los humanos montaran sus exóticos chiringuitos pero que han traspasado la barrera de chupar cañas de azúcar fermentadas y ahora se dedican a beber refinados mojitos, cubalibres y piñas coladas. Después de eso, a ver quien se contenta con el palo.




Pero el caso más grave es el del salmón. El salmón es un pez que se tomo muy a pecho aquello que dijo Robet Frost: 
"Dos caminos divergieron en un bosque,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso ha representado toda la diferencia."

El salmón nace en el rio. Un mes más tarde ya ha preparado las maletas para comenzar su viaje corriente abajo hacia el mar. Viaje que dura siete años. Su estancia en las profundidades del mar dura tres o cuatro años más y cuando llega la época de desove este pez vuelve de nuevo a su patria en un viaje que no tendría sentido si no fuera porque conocemos ese sentimiento tan humano que es la nostalgia. Cual héroe de cuento, el pez nada a contracorriente por un río plagado de osos hambrientos, corrientes enfurecidas y todo tipo de obstáculos con la tenue esperanza de llegar con vida y encontrar una pareja con la que procrear y morir en paz. 

No es fácil ser un salmón. Quizá sea el pez que más se complica la vida del océano, y del rió. Si tuviera alas probablemente subiría a lo alto del Everest a incubar los huevos. Es un inconformista. Es el hipster de los peces. 



Curiosamente el salmón es el pez menos complicado de cocinar del mundo. El sólo se basta. El salmón a la plancha es perfecto tan sólo con un poco de sal y pimienta, ni siquiera necesita aceite. Lo mismo al horno y a la parrilla. En casa nos gusta hacerlo en la sartén. Poco hecho y con fuego alto para que el exterior quede tostado y perfecto. 

Pero a veces es bueno cambiar. Y desde hace un tiempo estoy interesada en encontrar una manera de cocinar y combinar este pescado. Una de ellas es esta receta que ha resultado estar a la altura y ser lo suficientemente buena como para querer compartirla. Para hacerla me he inspirado en la receta de salmón con costra de naranja y parmesano de gastronomía y cía, pero la he adaptado un poco (bastante) con cosas que he visto por red y algunos toques personales.

El resultado es un salmón jugoso, aunque no tanto como en la sartén, con una costra crujiente y deliciosa que complementa perfectamente al pescado y le da ese manto de glamour que se merece.



{RECETA DE SALMÓN AL HORNO CON COSTRA AROMATIZADA}

INGREDIENTES
  • 4 lomos de salmón frescos
  • 40 gr de panko (o miga de pan seca desmenuzada)
  • Ralladura de una lima (u otro cítrico)
  • 1/2 cucharadita de ajo en polvo
  • 1/2 cucharadita de cebolla picada seca
  • 1/4 de cucharadita de jengibre en polvo
  • 1/2 cucharadita de eneldo
  • 1-2 cucharadas de perejil fresco picado
  • Una pizca de cayena molida
  • 50 gr de aceite de oliva
  • Una pizca de sal (o 15 gr de queso parmesano)
  • Mostaza
  • Pimienta negra molida
  • Sal



PREPARACIÓN

1. Precalienta el horno a 210ºC. Calor arriba y abajo. Cubre una bandeja de horno con papel de horno o papel de aluminio y pincela con aceite.

2. En un bol mediano, mezcla el panko con la ralladura y las especias (ajo, cebolla, jengibre, eneldo, perejil y cayena). Añade el aceite poco a poco hasta que la mezcla que se una al presionarla con los dedos. Quizá no sea necesario añadir todo el aceite ya que no es interesante que quede encharcada.



3. Limpia y quita las espinas, si las tubiera, al salmón. Después seca los lomos con papel de cocina.

4. Coloca el pescado sobre la bandeja de horno y salpimenta al gusto. Pincela los lomos con mostaza. (La mostaza servirá de pegamento y además dara aportara un extra de sabor)


5. Cubre los lomos con la mezcla de panko y presiona ligeramente.


6. Hornea, bajo el grill, durante 15 minutos. (El tiempo dependerá de cómo de hecho te guste el pescado).

7. Sirve.


NOTAS

1. Si no tienes o lo prefieres puedes sustituir la cebolla seca por cebolla, cebolleta o chalota picada. También puedes adaptar las especias al gusto, añadir 15 gr de almendra picada etc.

2. El panko es una especie de pan rallado japonés. Se puede encontrar con facilidad en tiendas de productos orientales o japoneses y en algunos supermercados.


FUENTES

1. Gastronomia y cía, Salmón al horno con costra de naranja y parmesano


jueves, 17 de julio de 2014

Merluza a la ondarresa, el mejor plato de la gastronomía vasca




El día en que Paquita Salazar, la cocinera del restaurante Penalty de Ondarroa, se quedó sin carbón vegetal y tubo que improvisar un nuevo método de cocinar el bonito, mis abuelos y probablemente mi padre y mis dos tías estarían almorzando unos pisos por encima de su cabeza.

Mientras mis familiares, iban y venían, del puerto y sus redes, del mar de la escuela y del mercado en aquel pueblo de entonces que vivía por y para la pesca Paquita ideaba su obra magna de merluza en la placa de su pequeño restaurante. Hasta que un día, dio con la formula que conquisto a tanta gente, que incluso personas muy importantes se tomaban, felices, la molestia de acercarse al último pueblo de Bizkaia tan solo para probar su merluza. El éxito fue tal que hoy en día se sirve en multitud de restaurantes importantes al rededor del mundo y ha sido elegido como el mejor plato de la gastronomía vasca por el programa de EITB "Tu plato favorito".

-Así solia oler el Penalty -comentó mi padre cuando cruzó el umbral de la puerta mientras yo cocinaba esta fantástica receta que impregna la casa entera de olor a mar tostado y a historia. Comerlo fue también, otra fiesta.

El secreto de la merluza a la ondarresa reside en la calidad de la merluza y en el dominio de la más pura sencillez. Y aunque la receta de Paquita no fue revelada a nadie, otro restaurante Ondarres, Sutargi, ha sabido seguir la tradición de aquel legendario restaurante y ha tenido la amabilidad de compartir su secreto. 

Esta receta esta basada en la receta del Sutargi, y es verdaderamente fántastica. Una merluza jugosa en el interior, con sabor a tostado y crujiente en el exterior y bañada en una salsa de oro perfecta.

Espero que la probeis porque no tiene desperdicio.



{RECETA DE MERLUZA A LA ONDARRESA}

INGREDIENTES (Para dos personas)

  • 2 tacos de merluza de 4 dedos (de un merluza de 3,5 kg)
  • 3 dientes de ajo
  • 20 gr de mantequilla
  • Zumo de medio limón
  • perejil fresco picado
  • aceite de oliva
  • Sal y pimienta


PREPARACIÓN

1. Salpimenta los tacos de merluza y untalos con aceite. Deshueca el hueso con ayuda de un cuchillo.


2. Calienta una plancha o sartén.

3. Cuando la plancha esté caliente echa un chorrito de aceite y coloca sobre ella el tronco de merluza sobre la parte mas ancha. Cocina unos 7 minutos por cada lado, deshuecando el hueso y llenando el hueco central con aceite durante el proceso. La merluza estará lista cuando ambos extremos estén bien tostados y el hueso salga con facilidad. (Es importante no marear el pescado y no darle más vueltas que las necesarias, siendo lo ideal tan solo dos)


4. En una sartén prepara el sofrito. Corta los ajos en láminas y fríelos en aceite de oliva. Cuando estén tostados añade la mantequilla, el zumo de limón y el perejil.


5. Cuando la merluza esté lista colócala en un plato, quita el hueso y rellena el hueco con el sofrito.

FUENTES
Eneko sukaldari, merluza a la ondarresa

sábado, 19 de abril de 2014

Bacalao al pil pil de lujo





“Cuatro salsas ilustran la cocina vasca del pescado tradicional: una bermeja, oscura, delicada, que es la del bacalao a la vizcaína; otra blanca, untuosa y sutil, que es la del bacalao ligado o pilpil;  una tercera, negra y suntuosa, que es la de los chipirones en su tinta y,  finalmente, la salsa verde –mágica y traslúcida–, que es la de la merluza a la vasca.”
Nestor Luján, Historia de la Gastronomía.


Cuatro son también los ingredientes necesarios para hacer la mágica y deliciosa salsa pil pil:  bacalao, aceite de oliva, ajo y guindillas. Ingredientes comunes que esconden en su aparente sencillez, el poder de hacer una de las mejores salsas con las que se haya vestido nunca un pescado. El nombre de "pil-pil", proviene del sonido que producen al estallar "pil" las burbujas de albúmina que suelta el bacalao al confitarse. 

El bacalao al pil pil es uno de los platos favoritos de mi familia. Cualquier excusa nos vale para prepararlo. Cumpleaños, fiestas, ascensos, descensos... Yo incluso lo prefiero a la canónica chuleta y si no fuera porque es una engordera en toda regla y porque el bacalao no lo regalan, lo comería un día si y al otro también.

Es un plato muy importante de la cocina vasca que mucha gente teme hacer porque cree que requiere de mucha técnica para su correcta elaboración. Tal es el miedo que los hay que añaden harina a la salsa para espesarla, lo cual me parece un disparate innecesario ya que hay trucos muy sencillos que nos permiten, a los que carecemos del clásico juego de muñeca del pilpilero tradicional, hacer un bacalao tan digno como ningún otro. 

Son 3 las técnicas básicas para realizar la salsa pil pil. La primera o la técnica clásica del pilpileo, es la más laboriosa y consiste en mover la cazuela con gestos circulares, fuera del fuego hasta ligar la salsa completamente. La segunda técnica es montar el pil pil aparte haciendo una emusión con pieles de bacalao. Hacerlo de esta manera facilita mucho la elaboración de la salsa ya que las pieles son las que contienen la gelatina que hace posible el pil pil. Otra de las ventajas es que podemos utilizar la salsa para condimentar otros platos como si fuera una mayonesa. La tercera técnica, que es la que yo he usado en en esta receta, consiste en el uso de un colador para montar el pil pil una vez el pescado está hecho. Aunque al usar un colador uno pueda sentir que está haciendo trampa en realidad el resultado es idéntico al de la técnica más laboriosa y la dificultadad del plato se reduce dramáticamente.

La receta que he usado, es la que prepara Jose Miguel Olazabalaga en el programa de Robin Food. Lo único que he añadido es perejil picado al final, porque, aunque los puristas del bacalao al pil pil no lo aprueben a mi me gusta así. 




{RECETA DE BACALAO AL PIL PIL}

INGREDIENTES
  • 200 g de bacalao por persona (desalado)
  • 3/4 partes de aceite de oliva virgen
  • 1/4 de aceite de oliva suave
  • 4 dientes de ajo
  • 1 guindilla

PREPARACIÓN

1. Para desalar el bacalao. Lo ponemos en remojo, en agua fría y en la nevera, durante 48 horas, aproximadamente. Durante este tiempo, cambiaremos el agua cada 12 horas. Comprobamos si el tiempo ha sido suficiente. En caso de que esté listo, sacamos el bacalao del agua, le quitamos las espinas y lo secamos.
Si compramos bacalao ya desalado solo tendremos que secarlo con papel absorbente o un trapo.

2. Ponemos una sartén grande al fuego con el aceite y los ajos, cortados en láminas. Doramos los ajos, sin dejar que el aceite llegue a hervir y los retiramos a un plato cuando estén listos. (A mi me gusta añadir la una cayena junto a los ajos para añadir una chispa picante al aceite).

3. En la misma sartén colocamos el bacalao con la piel hacia arriba, y lo confitamos muy despacio. El fuego debe ser muy suave y el aceite no debe llegar a hervir.

4. Cuando el bacalao esté casi listo, lo sacamos a un plato y lo dejamos reposar unos minutos para que suelte el jugo con el que comenzaremos a montar el pil pil. (Sabremos que el bacalao esta listo, cuando presionando con el dedo la piel ceda hacia adentro con relativa facilidad o se distingan bien las láminas que lo componen.)

5. Comenzamos a ligar la salsa. Para ello, echamos parte del agua que ha soltado el bacalao en una cazuela, preferiblemente de barro, y lo emulsionamos removiendo con un colador y añadiendo poco a poco el aceite en el que habíamos confitado el bacalao. Si vemos que la salsa liga con facilidad y nos queda muy espesa añadimos el resto o parte del agua del bacalao.

6. Metemos el bacalao en la cazuela y lo napamos (cubrimos) con el pil pil. Si fuera necesario lo calentamos a fuego muy suave.

7. Añadimos los ajos, decoramos con guindilla y servimos.




NOTAS

1. Al ser un plato basado en el bacalao y el aceite es conveniente, si no imprescindible, que éstos sean de buena calidad para que el resultado sea óptimo. A nosotros nos gusta comprarlo ya desalado y siempre nos da buen resultado.

2. No se puede decir suficientes veces lo importante que es secar bien el  pescado antes de confitarlo y el control de la temperatura.

3. Los ajos ayudan a ligar la salsa por lo que puede que no sea conveniente eliminar este paso de la receta.